martes, 6 de septiembre de 2016

Hacia una visión de la literatura contemporánea en español 2009-2016


Dos reglas antes de iniciar la destrucción: 
Primera: acuérdate de Rulfo, memorízalo,
Estúdialo, aprópiatelo hasta hacerlo tuyo; 
Segunda: olvídate de él para siempre

Variaciones de un tema sobre Faulkner


HACE ALGUNO DÍAS, en una plática informal, salió el tema de dónde está verdaderamente la literatura contemporánea en estos últimos años. La plática pasó de una duda surgida entre la verborrea para insertarse como una duda que debía ser constatada. ¿Que hay en la literatura contemporáneo que la define? ¿Existe como tal un movimiento literario actual? A partir de esta incertidumbre me puse a enumerar las lecturas más recientes que había hecho y a preguntarme sobre lo que ofrece el mundo de la literatura de nuestros días.

Antes de empezar con el muestrario y para definir esta cuestión de nuevos rumbos contemporáneos de la literatura  me gustaría recordar aquella batalla que en la década de los noventa se dio entre los escritores de la “literatura difícil” y la “literatura fácil”. La discusión, para no variar formas y exhibir el cosmopolitismo purista, se dio entre la revista Vuelta dirigida por Octavio Paz y la Revista Nexos dirigida por Héctor Aguilar Camín. Los primeros afirmaban que no podía haber literatura sin una verdadera intención intelectual del autor, es decir, que pugnara un reto no sólo en la historia sino en la forma, que confrontara al mundo intelectual igual a un mazo que destroza una pared de roca maciza. Por su lado, el grupo de Nexos abogaba por una literatura sin tantas pretensiones, algo más accesible y mucho más inclusiva, algo así como una literatura para todos. Octavio Paz, en su infinito trono de deidad, acusaba a los involucrados con Nexos de tener un panorama limitado de lo que era una verdadera literatura. Según él, si la literatura no se presionaba así misma a renovarse se perdería con el tiempo la noción que distingue lo literario. Los opositores, acusaban a Paz de tener una visión elitista y excluyente de la literatura, lo que terminaba por alejar a un gran número de lectores, hecho paradójico a la condición de la literatura. Si es redondo o es cuadrado, ninguno de los bandos pareció plantearse la posibilidad de una convivencia equilibrada entre los dos polos.

De regreso a la pregunta inicial sobre la literatura actual, mi respuesta es que por supuesto hay una verdadera literatura contemporánea con sus propias formas e inquietudes. La literatura de los últimos años se ha perfilado para derribar las figuras de los grandes literatos que hicieron que el panorama literario se volviera rígido, excluyente. Escritores como Juan Pablo Villalobos (Fiesta en la madriguera, 2010; Si viviéramos en un lugar normal, 2012), Fabio Morabito (Emilio, los chistes y la muerte, 2009), Laia Jufresa (Umami, 2015), Valeria Luiseli (Los ingrávidos, 2013), Guadalupe Nettel (Pétalos y otras historias incómodas, 2008; Después del invierno, 2014); y Eugenio Partida (El lobo y otros cuentos, 2013; Viaje, crónicas, 2015); presenta obras tan ligeras en extensión como en forma, pero que sin embargo nos hablan de lo inmediato de nuestro mundo contemporáneo y cómo se une al todo que es la globalización.




Entre otros contemporáneos, estos escritores nos pintan un panorama que no ha dejado de preocuparse por la forma, pero que toman en consideración que la literatura más que nunca se ha vuelto un negocio y para subsistir se debe llegar a los lectores. Se ha dejado cada vez más lo voluminoso e intrincado como signo intelectual y se opta por una literatura más ligera, acorde a los ritmos de nuestra sociedad actual. No niego que no haya una literatura contemporáneo como la que defendía Paz; por supuesto que la hay. Autores como Pilar Adón con su novela Las efímeras (2015) demostró que se sigue haciendo una literatura que ofrece al lector más que una simple historia novelada. O Sara Mesa, que aún conserva con total evidencia en su uso de los diálogos, la formación de una vieja costumbre pero, que sin embargo,  no se resisten a incursionar en una literatura más audaz que entable un diálogo con el lector no sólo en su forma, sino en los temas que uno vive a diario. Un ejemplo de esto se muestra en su novela Cicatriz (2015) que trata sobre las relaciones a distancia por internet, el robo y el amor ilusorio que la red se empeña en formarnos en el mundo virtual. En la novela uno de los personajes principales, Knut, es un conocedor de la literatura que frecuenta chats literarios y juzga la falta de criterio literario de los otros. ¿La misma lucha entre Vuelta y Nexos, entre el ignorante de la literatura y el conocedor? Por supuesto, sólo que Mesa ironiza a un personaje escondido en sus conocimientos literarios detrás de un computador.

Siguiendo el mismo hilo, debemos a autores como Ignacio Padilla, Jorge Volpi y demás autores de la generación del Crack, también involucrados en la batalla de los noventa, que abogaron por dejar ir a figuras como Rulfo o García Márquez, que más que ayudar a formar una nueva literatura en los noventa, se estaban volviendo nocivos para los nuevos escritores que no podían deshacerse de su sombra que los perseguía en todo momento, materializándose inconscientemente en sus obras y en críticos literarios más cercanos a un virus que termina por volver siempre al pasado. No es que se negaran sus valiosas aportaciones, las cuales son incluso hasta excesivas; sino que abogaban se pintara un nuevo camino más allá de pueblitos embrujados o ángeles que caen del cielo. En su icónico intento de obra grupal Variaciones de un tema sobre Faulkner (1989), los autores del Crack crearon a Hugo, un personaje obsesionado por imitar a Rulfo y posteriormente a García Márquez, que es condenado a perecer por apegarse con tal obsesión a las formas del pasado.

Hugo se muda a Guanajuato para escribir su obra. Es guiado por el instinto del ruralismo rulfiano y el fantasma de una Cómala que se materializan en una obra tan complicada, no en su ímpetu transgresor, sino en su enredosa forma de recursos extraliterarios. Hugo, como autor del mundo de Cruz de piedra, terminaba por explicar los recursos de sus propias historias, al ser confusión lo único que ofrecían sus cuentos. Tan allá va su escritura, que el editor de Hugo termina por expresar ya fastidiado la “enorme originalidad de su escritura” a la que llega el escritor y tras leer el manuscrito responde: “Esta obra sí que es original. Es una mierda” (García, 17). Esta obsesión y fracaso por apegarse a las formas de los grandes autores del pasado lleva a Hugo al borde del suicidio. Por otro lado, en el título de la novela el grupo del Crack satirizó aquella famosa negación de Rulfo de nunca haber leído a William Faulkner. Al parecer el cambio de siglo se preparaba en un cambio total para la literatura mexicana.




Los resultados de no dejar ir esas figuras icónicas de la literatura fueran tan evidentes en las generaciones posteriores a Rulfo y García Márquez: la escritura rural que se arrastraba desde el siglo XIX y que todavía persistía a inicios de los noventa, pero que ahora ya tenía todo de rulfiana; la degradación del realismo mágico en las generaciones posteriores a García Márquez, donde ya no se sabía dónde estaba el realismo mágico o si era sólo fantasía imitativa contada a la moda. Pasar de un Cien años de soledad que se erguía en una completitud humana de la herencia como maldición; a un Como agua para chocolate que pintó un feminismo rosa y por demás ilusorio que paradójicamente se defendía desde la cocina de Tita entre lagrimeos excesivos y pasiones que desarmaban a la mujer en su lucha por el hombre.

A este respecto, el eco de esta batalla en la literatura contemporáneo en español, lo tenemos muy claro en Juan Pablo Villalobos. El autor tapatío satiriza lo rural en su novela Si viviéramos en un lugar (2012) al formarla por medio de un lenguaje y una lógica temporal sencillos, desprovisto de aquella esencia rulfiana llena de misterio y confusión; pinta además, lo rural como una comedia absurda de creencias en ovnis, personajes que luchan por comerse la última quesadilla del plato y la exhibición de la moda de tener casas de campo de arquitectura lujosa en una sierra rodeada de viviendas pobres. Por otro lado, en su novela Fiesta en la madriguera (2010) nos cuenta su versión sobre el narcotráfico mexicano desde el punto de vista de un niño, hijo de un narcotraficante que le da por tener los lujos más absurdos. La novela, narrada en primera persona, está escrita en el lenguaje propio de la edad del niño y las visiones que nos ofrece son bajo esa inocencia de ver a su padre narcotraficante como un gran hombre que ofrece amor a su familia. En ambas novelas vemos ese cambio que se buscaba desde inicios de los noventa, al menos en la literatura mexicana.



Por su lado, Eugenio Partida parece ser uno de los representantes de esta incesante ruptura entre la vieja tradición y el nuevo panorama. En su libro El lobo y otros cuentos (Arlequín, 2013), no sólo toma cuentos clásicos para dotarlos de condición contemporánea, sino que raya el mundo de lo absurdo en su máximo nivel. Satiriza, al igual que Villalobos las grandes formas literarias, desde el cuento infantil de la caperucita roja, hasta las figuras de la literatura universal como Moliere, Rulfo e incluso comete el acto acaso de valentía de ridiculizar aún más a la figura de Don Quijote de la Mancha. En su cuento La lejanía nos cuenta la historia de un pueblo de reminiscencias rulfianas pero donde se mezclan personajes de la cultura hollywoodense. En su cuento titulado Facundo Quezada cuenta la historia, al más puro estilo cervantino, de un pueblerino que se enajena con la telenovelas y pierde la razón, a tal grado de volverse loco y vender su herencia, hacerse un transgénero pop y partir en su auto convertible, a modo de aventura quijotesca, a la búsqueda de su amado ideal sacado de las figuras del galán de telenovela. Por otra parte, en su más reciente novela Viajes, crónicas (Arlequín, 2015), da un paso más allá contra las viejas formas. En ella se cuenta vivencias personales del autor desprovistas de un lenguaje literario formal, el autor se centra en atrapar la esencia de la experiencia como forma fundamental de la literatura. Por eso en su novela se narra un viaje a manera de crónica que empieza en Cuba, pasa por Ámsterdam, Lisboa, Alaska, Marruecos para culminar en sus andares de la niñez en un pueblito de Jalisco. ¿Qué forma más evidente contra la noción regionalista podemos encontrar? ¿Estarían orgullosos las voces de la literatura difícil de Vuelta ante este panorama o serían más bien los de Nexos en apoyar este incesante cambio?




Siguiente el mismo orden de ideas, escritoras como Laia Jufresa o Verónica Gerber van más allá de la literatura como expresión escrita. Sus novelas Umami (2015) y Conjunto vacío (2015) ya son todo un estuche interdisciplinario donde la imagen y la palabra se entrecruzan. En la novela de Gerber hay un diálogo entre la escritura y la forma geométrica, entre lo literario y lo matemático, se intercalan las narraciones entre hechos materializados en palabras y hechos materializados en imágenes. Por su lado, en Jufresa vemos cómo la forma arquitectónica de un coto altera por completo la vida de sus personajes y se vincula con el quinto sabor que nuestra lengua percibe, el umami, todo hacia una búsqueda de la plenitud exterior (arquitectura) e interior (sabores).  Ellas son un ejemplo claro de las inquietudes que mueven a esta generación de escritores. Es indudable que con tanta variedad de propuestas narrativas se pueda negar la transición que se vive en la literatura de los años en curso. Valeria Luiseli, por su parte, parece aún conservar aquellos ecos de la forma complicada en su novela Los ingrávidos (2013), donde se entrecruzan narraciones entre pequeños fragmentos de realidades paralelas. Sin embargo, su literatura, al igual que Partida, ya no aboga por la búsqueda absoluta de un único lugar como génesis de su literatura, punto tan importante en aquellos escritores de la segunda mitad del siglo pasado

Por otro lado, Guadalupe Nettel parece seguir el mismo rechazo al incisivo regionalismo que dominó la literatura mexicana del siglo XX y pasa también a mostrar sus historias en un mundo más amplio. Su literatura, al igual que Pilar Adón y Marina Perezagua, parten de derribar la escritura femenina como forma de debilidad y defensa, para pasar a ser una literatura que habla de inquietudes más centrales como enfermedades venéreas, deformaciones que terminan con seres amados, perversiones sexuales o asesinatos en comunidades new age aisladas que retornan al salvajismo prehistórico. ¿Será que todas estas muestras enumeradas hasta aquí conllevan aquello que Paz denunciaba como reformista o son tan sólo la transición hacia una literatura más consolidada?

Una vez hecha esta presentación del panorama literario, es importante abrirnos como lo hizo la generación del Crack a nuevos lenguajes, no guiados tan sólo por la categorías de “literatura fácil” y “literatura difícil”, que terminan por ser términos tan fastidiosos y carentes de la verdadera esencia de la literatura: el contacto con la múltiple variedad de lectores. Partir de esto nos permite tener una recepción más amplia con lo muy contemporáneo, ver la literatura más allá de su noción de máximo arte, prestarse a vislumbrar lo que en unos años, quizá, formará parte de los clásicos en nuestra lengua. ¿O es que a usted no lo emociona enterarse, unos años después, que la novela que leyó ese lejano septiembre de 2016 terminó por convertirse en un clásico de la literatura? ¿No le emociona saber qué leyó en su primera edición y en su año de publicación lo que pasaría a formar parte de la memoria de la humanidad, como en su momento lo fue Rayuela, Cien años de soledad o Pedro Páramo? Después de todo, uno nunca sabe a dónde va a parar el mundo de la literatura.

Por otra parte, las revistas literarias independientes parecen resurgir entre el mundo universitario y el internet. Al parecer, una revista de este tipo permite la inclusión de literaturas tan recientes, temas a los que las revistas literarias consolidadas parecen huir por desconocer los alcances económicos que este fenómeno les puede propiciar. La preocupación del medio de difusión ha transformado, además, nuestro panorama literario, y en las revistas universitarias o en la web se aventura a mostrar al mundo la literatura contemporáneo más descabellada en formas y contenidos: iconos de la informática, sentimientos materializados en el internet y las redes sociales o la mezcla de las disciplinas artísticas hacia nuevos lenguajes son sólo algunos ejemplos. (Para ahondar en este tema léase Escritura no creativa: la gestión del lenguaje en la era digital, de Kennet Golsdmith)

En conclusión, la nueva tendencia literaria se abre a panoramas nuevos que parten de convicciones de abandonar las viejas formas y consolidar unas nuevas que no tengan un estigma de la rigidez de la "literatura difícil", y que evitan caer en la oquedad de una "literatura fácil" en su expresión más simple. Además, es necesario resaltar que a pesar de los grandes cambios literarios que se están dando en la actualidad, la vieja escuela aún no muere, ahí tenemos a Mario Vargas Llosa que parece aferrarse a los ideales de una literatura comprometida tanto en su forma como en su contenido pero que ha agarrado el gusto de la farándula; a un Ricardo Piglia que ha optado por reciclar las formas que le dieron fama; o a un Enrique Serna que se empeña por incomodar al lector. En otros idiomas tenemos a una Alice Munro que demostró que el cuento se podía renovar más allá de los limitantes de su forma; y a una Svetlana Alexiévich que bajo su formación periodística nos mostró qué tan importante es la literatura en la formación humana del hombre, para no olvidar y aprender de las grandes tragedias que han sobrevenido a la humanidad.




         Y usted, qué ha leído últimamente que le parezca realmente contemporáneo; o es quizá de aquellos que vienen desde el siglo pasado igual a costras difícil de quitar y que creen fervientemente que la “literatura fácil” no es más que historias de folletín para entretener a los asiduos de las telenovelas. Y por último, ya ahora sí, deje que Rulfo y compañía se queden en el lugar que la historia les asignó, pero no permita que se conviertan en un lastre que jamás pueda echar a tierra, ni mucho menos sienta que comete una herejía. Pero recuerde ante todo, que “la tradición de la ruptura” se vendrá aunque usted no lo quiera.


Nota: La reflexión del artículo se ha dado a partir de la lectura de los autores mencionados y no presenta una visión única e inmodificable. El artículo está abierto a sugerencias de lectura y a intercambio de puntos de vista.

1 comentario:

  1. Tengo que volver a mis viejas pesquisas intuitivas por las librerías, aunque ahora pensando en títulos contemporáneos. Me gusta la idea de encontrar joyitas aún no aclamadas por la crítica. A ver si la vida me da mi lugar y puedo ganar dinero sin sacrificar demasiado.

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